lunes, 20 de junio de 2016

Lo que me gusta no es viajar, sino quién soy cuando viajo.

Una vez escuche una frase que decía: “Lo que me gusta no es viajar, sino quien soy cuando viajo”. No puedo sentirme más identificado. Lo primero que yo hago al viajar, es ponerme algún nombre propio, representativo del lugar. Ahora por ejemplo, estoy en Brasil, y me llamo Rodrigao, soy surfer y tengo 26 años. En Francia, son Valjan, un ex guerrillero comunista de 40, en España Anchón, vasco desempleado, 32, soltero. En Inglaterra soy Fred, un publicista recién separado. Y así voy armando una identidad en cada país que visito. Pero este cambio de nombre no viene solo. Principalmente es acompañado por la sobre-activación de todos mis sentidos. Por ejemplo, mis ojos, se vuelven dos esferozas cámaras HD que guardan cada momento, casi sin perderse ni un detalle. Le digo a mi novia, Melina, que es argentina:
-Mirá mi amor, mira esa estatua, que increíble! Y ese banquito de plaza de madera! Por favor, no te lo pierdas, mira ese callejón iluminado, ese localcito, lleno de cosas originales, esto sí que es maravilloso!
Por un instante siento que puedo distinguirlo todo. Cada terminación, cada simbolismo, cada pormenor.
Pero no solo mis ojos se agudizan. También mi olfato lo hace.
-Olé mi amor, sentí este olorcito a naturaleza, a salvia, a primavera, a planta fresca, a aloe vera.
De repente sin darme cuenta me vuelvo un catador de aire extranjero, como aquellos narices que las empresas de perfume contratan. Sería el mejor de ellos.
-Sentí gordita, sentí el viento del sudeste, como nos roza la erizada piel; escucha, escuchá las profundas olas cargadas de arena!
Puedo reconocerlo. Definitivamente me volví un intelectual contemporáneo que encontró el sentido de la vida.
Al poco tiempo, no tarda mucho en llegar, empieza la comparativa con Buenos Aires. 
-Esto en Argentina no pasa. Allá el viento es diferente, el olor a frito, la ciudad, las fábricas, la horrenda y maleducada gente.
Este es el mecanismo: Empezamos a enaltecer al lugar visitado y a defenestrar a nuestra Argentina. Valoramos la Venus de Milo, una estatua sin brazos que fue robada, glorificamos a la Gioconda, con viejas reflexiones repetidas, alabamos Las Meninas, El Guernica, La Última Cena.
Ya para esta altura, nos volvimos críticos de arte nivel 4, VIPS en los museos, cuando nunca nos detuvimos a observar la estatua del Negro Olmedo en Corrientes y Uruguay, y muchísimo menos, en la re putísima vida pisamos el Malba.
Otra de las cosas que pasan cuando viajamos, tiene que ver con la sociabilización, y para explicarles esto voy a contarles una pequeña anécdota. Eran las 09:00hs de la mañana de un jueves, saludamos a Aixa, una mujer de 32 años, con dos hijos, que cambia los blancos del hostal, y de repente estamos sentados en el lobby, conversando con 12 desconocidos en un idioma que ni siquiera comprendemos, pero igual lo hacemos elocuentemente. En ese momento me invade el recuerdo de un señor, con el que viajo día por medio en el ascensor de la oficina, en donde nunca, pero nunca, tuvimos la más puta idea de que decirnos.
Pero cuando viajamos esos problemas no existen: no nos duele nada, comemos de todo, caminamos a todas partes, las ideas fluyen, no peleamos, miramos el cielo, las estrellas y la luna, que de por sí hoy está grande y llena.
-Dale mi amor, dale, que estás esperando? Sacale una foto al satélite y subila ya mismo a Twitter, a Facebook, a Instagram. En 10 minutos ya es noticia vieja. Está demostrado por estudios de gente al pedo, que cuando viajamos, activamos nuestras redes sociales un 300% más de lo que siempre.
Pero lo lindo de viajar no es todo esto. Cuando estamos en tierra ajena, nadie nos conoce, no hay expectativas puestas en nosotros. Lo único que se espera, es que saquemos el mate y nos pongamos a conversar; que hagamos algún comentario de Messi o Maradona, pero no mucho más que eso. Algún especialista rompebolas, quiere que le demos de probar una cucharadita de dulce de leche que trajimos escondido en la valija, pero ahí termina todo.
Es entonces que me pregunto: será todo esto realmente lo que hace diferente a un lugar de otro, o somos nosotros, que a salir de los límites fronterizos nos volvemos una especie de seres extraterrestres, hiper-sensitivos, inteligentes, interesantes, reflexivos de la vida, voladores, imaginarios, sociables, creativos, escritores, filósofos, personas que usan palabras tales como estándares, calidad de vida, brain storming.
Por eso insisto, lo que me gusta no es viajar, sino quien soy cuando viajo. 
Algunos días reflexiono, qué pasaría si esa misma pregunta, me la hiciera un Lunes de Mayo en Buenos Aires, viajando a Sarmiento y Callao.

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