Esto de viajar solo es todo un tema. Primero lo pensé por el lado de la soledad, del tiempo libre, del descanso, pero a medida que pasa el rato le voy encontrando otros matices. El primero y más fundamental, tiene que ver con aquellas cosas que hago, estando en soledad, que son irreproducibles en las inmediaciones de la Capital Federal. Voy a contarles un poco. Lo primero, poco escatológico pero muy pragmático, tiene que ver con los pedos. El mecanismo de represión, de reducción sonora, que aprendimos desde temprana edad, se desactiva. En consecuencia, cuando nos aparece esta impostergable necesidad, podemos liberarnos de los petardos más intensos y placenteros que jamás hayamos expulsado. Pero esto no es tan sencillo. Tiene algunos escollos. Permítanme explicarles algo que todos tenemos en común: una voz en off que nos marca la cancha desde muy chiquitos. La mía, se llama Mónica, es gallega, tiene 70 años, y hace muy buenas tortas. Se hace presente y me dice: “detente federico, qué es lo que estás haciendo?”. Pero en voz bajita, casi susurrando, le logro explicar: “Tranquila zonza, no pasa nada, estoy solo, déjame!” y, al principio con suspicacia, como un niño haciendo una travesura, logro aplacarla un rato, y dejo que todo fluya intensamente.
Cuando estoy solo, y Mónica está dormida, hago cosas inimaginables. Por ejemplo voy al baño, me miro al espejo, y hago las muecas e imitaciones más boludas y divertidas del mundo, por quince minutos seguidos, hasta que me duelan los pómulos. Me hago pasar por una vieja quejosa de Junin, o un futbolista dando testimonios después del partido, o un político comunista aburrido, entre otros personajes.
Después tomo ciertas decisiones, llámense irracionales o como quieran, como poner la cama en diagonal para apreciar la vista que proporciona el ventanal y ver el morro, lo que la neblina me permite. Sinceramente, esto no tiene lógica simétrica ni mucho menos y casi no me deja espacio para caminar.
También decidí, que en estos días no voy a ordenar, pero en serio, ni una media. Voy apilando las cosas sobre la valija, una arriba de la otra. A esta altura, creo que la torre ya está superando a la heladera. Pero no solo la ropa, sino nada. Tengo el mate de la mañana, con la yerba lavada, arriba de la mesita. La tapa del termo caída en un rincón, botellas de agua desparramadas por el suelo, galletitas revoleadas en los escondrijos de la pequeña habitación. La plata está suelta, por todos lados, mezclados los pesos, con los reales, con los dólares, con los billetes del estanciero. Pero por suerte estoy solo, y Mónica duerme. Estos días, está decaída, y duerme la mayor parte del tiempo.
Otras decisiones que tome, por ejemplo, es no lavarme los dientes. Esta rutinaria y repetitiva actividad que generalmente hago 2 o 3 veces por día, la voy a obviar por lo que dure mi estadía Paulista. Mucho menos bañarme, ni siquiera tengo shampoo, ni cambiarme la remera negra lisa comprada en avellaneda. Y por favor, esto no tiene que ver con el hipismo ni con otras corrientes ideológicas contemporáneas.
Simplemente soy un chico, que está en la primaria, en el 2do recreo en el patio grande, comiendo la promoción de 4 Titas por 1 peso.
También hay otra cosa que me parece bastante significativa, y tiene que ver con las actividades. Por ejemplo, detener el auto en el medio de la nada, a mirar la nada. Eso, en presencia de otra persona, sería un sacrilegio. Mónica y la acompañante, generalmente mi novia, se complotan y me dicen (también con voz gallega): “Pero que estás haciendo! Avanzá, no ves que vamos a llegar tarde al restaurante? Tengo hecha una reserva!, Seguí” Y esta vez me quedo sin argumentos. No hay lógica, no hay explicación que me habilite a frenar el auto en el 1er stop, para estudiar un cartelito que no entendemos que dice.
Por otro parte, siempre me molestó la gente hiper-productiva. Esa clase de personas que está todo el día haciendo cosas, sintiéndose importante, quedándose hasta las 9 de la noche en la oficina, enviando un mail 9 menos 5, para que se sepa que estuvo hasta esta hora. Me incluyo en este grupo e igual me molesta, me causa enfado, repulsión. Yo en el fondo, y no tanto, puedo descubrirlo ahora en soledad, la belleza de la improductividad. Siempre fui de esos que les gusta tirarse en el sillón, o en una silla, o en la cama, o en un banquito de plaza, a rascarse el culo, y a reflexionar pelotudeses por horas, hasta que se me acabe el agua del mate.
Quién escribió la biblia? Por qué todas las asociaciones de defensa del animal son de animales grandes y tiernos? Por qué las especies blancas y negras se están extinguiendo? Cómo hace Guido Kaska para estar 25hs en pantalla? Quién responde a las encuestas telefónicas?
Otras revelaciones de la soledad, tienen que ver con los gustos. Cuando era chico, por ejemplo, no me gustaban ni el vino ni la cerveza. Este primero, lo probé en la presentación oficial, una cena con los padres de mi novia. Cuando Alejandro, mi suegro, que tiene 49 años, en el pituco restaurant de sushi de las cañitas me preguntó amigablemente:
-Compartís un vinito?
Y yo impostando la voz, lográndola gruesa y masculina le respondí:
-Sí, por supuesto! Que sea dulzón en lo posible.
No tenía idea que esa decisión me iba a costar la velada y la mañana siguiente, conociendo el significado de la acidez.
Y así, una tras otra vez, fui probando vinos y cervezas, acostumbrándome al sabor hasta que se hicieron parte de mi vida llegando hasta hoy, en donde ya no logro distinguir si me gustan, o si simplemente los bebo por costumbre, por sociedad.
Otro quehacer de la soledad bien actual tiene que ver con las Selfies. Mi abuelo Mario no lo entendería, pero cuando estoy con gente me saco una o dos, lo más disimulado posible, trato de pasar desapercibido. Ahora, cuando estoy solo, puedo sacarme 135, todas casi iguales, y luego borrarlas, o no, o dejarlas ahí, hasta el avión de regreso, hasta descubrir detalles insignificantes que ni yo mismo sabía: “Mirá, mirá la posición de la ceja izquierda! Acabo de encontrar mi mejor perfil.”
Sin dudas otra de las cosas que más disfruto cuando estoy solo, es no tener que justificar los recuerdos que uso para masturbarme. Puedo ir y venir en ellos, fantaseando inimaginables, soñando despierto una y otra vez. Y no es que en buenos aires sea imposible, pero no es lo mismo.
Cuando estoy solo no quedo mal, no me traiciono, no hablo al pedo, no hago payasadas sinsentido, ni completo los espacios de silencio con palabras vacías. Cuando estoy solo no tengo que actuar en ningún momento, no busco aprobación.
Puedo no tirar la cadena, dejar la toalla en el piso, no comer, comer dos veces, dormirme a las 3, levantarme a las 7, volverme a dormir a las 11, desayunar a las 4, y cenar 5 y media.
Ojalá algún día, aprenda a estar solo, con Mónica y con todos ustedes, al mismo tiempo.
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