martes, 21 de junio de 2016

Cuando estoy solo

Esto de viajar solo es todo un tema. Primero lo pensé por el lado de la soledad, del tiempo libre, del descanso, pero a medida que pasa el rato le voy encontrando otros matices. El primero y más fundamental, tiene que ver con aquellas cosas que hago, estando en soledad, que son irreproducibles en las inmediaciones de la Capital Federal. Voy a contarles un poco. Lo primero, poco escatológico pero muy pragmático, tiene que ver con los pedos. El mecanismo de represión, de reducción sonora, que aprendimos desde temprana edad, se desactiva. En consecuencia, cuando nos aparece esta impostergable necesidad, podemos liberarnos de los petardos más intensos y placenteros que jamás hayamos expulsado. Pero esto no es tan sencillo. Tiene algunos escollos. Permítanme explicarles algo que todos tenemos en común: una voz en off que nos marca la cancha desde muy chiquitos. La mía, se llama Mónica, es gallega, tiene 70 años, y hace muy buenas tortas. Se hace presente y me dice: “detente federico, qué es lo que estás haciendo?”. Pero en voz bajita, casi susurrando, le logro explicar: “Tranquila zonza, no pasa nada, estoy solo, déjame!” y, al principio con suspicacia, como un niño haciendo una travesura, logro aplacarla un rato, y dejo que todo fluya intensamente.

Cuando estoy solo, y Mónica está dormida, hago cosas inimaginables. Por ejemplo voy al baño, me miro al espejo, y hago las muecas e imitaciones más boludas y divertidas del mundo, por quince minutos seguidos, hasta que me duelan los pómulos. Me hago pasar por una vieja quejosa de Junin, o un futbolista dando testimonios después del partido, o un político comunista aburrido, entre otros personajes.

Después tomo ciertas decisiones, llámense irracionales o como quieran, como poner la cama en diagonal para apreciar la vista que proporciona el ventanal y ver el morro, lo que la neblina me permite. Sinceramente, esto no tiene lógica simétrica ni mucho menos y casi no me deja espacio para caminar.

También decidí, que en estos días no voy a ordenar, pero en serio, ni una media. Voy apilando las cosas sobre la valija, una arriba de la otra. A esta altura, creo que la torre ya está superando a la heladera. Pero no solo la ropa, sino nada. Tengo el mate de la mañana, con la yerba lavada, arriba de la mesita. La tapa del termo caída en un rincón, botellas de agua desparramadas por el suelo, galletitas revoleadas en los escondrijos de la pequeña habitación. La plata está suelta, por todos lados, mezclados los pesos, con los reales, con los dólares, con los billetes del estanciero. Pero por suerte estoy solo, y Mónica duerme. Estos días, está decaída, y duerme la mayor parte del tiempo.

Otras decisiones que tome, por ejemplo, es no lavarme los dientes. Esta rutinaria y repetitiva actividad que generalmente hago 2 o 3 veces por día, la voy a obviar por lo que dure mi estadía Paulista. Mucho menos bañarme, ni siquiera tengo shampoo, ni cambiarme la remera negra lisa comprada en avellaneda. Y por favor, esto no tiene que ver con el hipismo ni con otras corrientes ideológicas contemporáneas.
Simplemente soy un chico, que está en la primaria, en el 2do recreo en el patio grande, comiendo la promoción de 4 Titas por 1 peso.

También hay otra cosa que me parece bastante significativa, y tiene que ver con las actividades. Por ejemplo, detener el auto en el medio de la nada, a mirar la nada. Eso, en presencia de otra persona, sería un sacrilegio. Mónica y la acompañante, generalmente mi novia, se complotan y me dicen (también con voz gallega): “Pero que estás haciendo! Avanzá, no ves que vamos a llegar tarde al restaurante? Tengo hecha una reserva!, Seguí” Y esta vez me quedo sin argumentos. No hay lógica, no hay explicación que me habilite a frenar el auto en el 1er stop, para estudiar un cartelito que no entendemos que dice.

Por otro parte, siempre me molestó la gente hiper-productiva. Esa clase de personas que está todo el día haciendo cosas, sintiéndose importante, quedándose hasta las 9 de la noche en la oficina, enviando un mail 9 menos 5, para que se sepa que estuvo hasta esta hora. Me incluyo en este grupo e igual me molesta, me causa enfado, repulsión. Yo en el fondo, y no tanto, puedo descubrirlo ahora en soledad, la belleza de la improductividad. Siempre fui de esos que les gusta tirarse en el sillón, o en una silla, o en la cama, o en un banquito de plaza, a rascarse el culo, y a reflexionar pelotudeses por horas, hasta que se me acabe el agua del mate.

Quién escribió la biblia? Por qué todas las asociaciones de defensa del animal son de animales grandes y tiernos? Por qué las especies blancas y negras se están extinguiendo? Cómo hace Guido Kaska para estar 25hs en pantalla? Quién responde a las encuestas telefónicas?

Otras revelaciones de la soledad, tienen que ver con los gustos. Cuando era chico, por ejemplo, no me gustaban ni el vino ni la cerveza. Este primero, lo probé en la presentación oficial, una cena con los padres de mi novia. Cuando Alejandro, mi suegro, que tiene 49 años, en el pituco restaurant de sushi de las cañitas me preguntó amigablemente:
-Compartís un vinito?
Y yo impostando la voz, lográndola gruesa y masculina le respondí:
-Sí, por supuesto! Que sea dulzón en lo posible.
No tenía idea que esa decisión me iba a costar la velada y la mañana siguiente, conociendo el significado de la acidez.
Y así, una tras otra vez, fui probando vinos y cervezas, acostumbrándome al sabor hasta que se hicieron parte de mi vida llegando hasta hoy, en donde ya no logro distinguir si me gustan, o si simplemente los bebo por costumbre, por sociedad.

Otro quehacer de la soledad bien actual tiene que ver con las Selfies. Mi abuelo Mario no lo entendería, pero cuando estoy con gente me saco una o dos, lo más disimulado posible, trato de pasar desapercibido. Ahora, cuando estoy solo, puedo sacarme 135, todas casi iguales, y luego borrarlas, o no, o dejarlas ahí, hasta el avión de regreso, hasta descubrir detalles insignificantes que ni yo mismo sabía: “Mirá, mirá la posición de la ceja izquierda! Acabo de encontrar mi mejor perfil.”

Sin dudas otra de las cosas que más disfruto cuando estoy solo, es no tener que justificar los recuerdos que uso para masturbarme. Puedo ir y venir en ellos, fantaseando inimaginables, soñando despierto una y otra vez. Y no es que en buenos aires sea imposible, pero no es lo mismo.

Cuando estoy solo no quedo mal, no me traiciono, no hablo al pedo, no hago payasadas sinsentido, ni completo los espacios de silencio con palabras vacías. Cuando estoy solo no tengo que actuar en ningún momento, no busco aprobación.

Puedo no tirar la cadena, dejar la toalla en el piso, no comer, comer dos veces, dormirme a las 3, levantarme a las 7, volverme a dormir a las 11, desayunar a las 4, y cenar 5 y media.

Ojalá algún día, aprenda a estar solo, con Mónica y con todos ustedes, al mismo tiempo.

lunes, 20 de junio de 2016

El Zapping

Elba, una madre de dos hijos con los que vivía en un PH de Munro, murió el 14 de agosto del 1999 cerca de las 4 de la tarde. No se sabe a ciencia cierta de que pereció, pero en el expediente aparecen las siguientes líneas: “Elba Cisneros, 40 años, complexión mediana, fue encontrada a las 17:04hs en su domicilio, ya sin vida, con un control remoto negro en su mano derecha, oprimiendo el botón de -canal siguiente-”
Para serles honesto, no tengo certezas de las causas de su muerte, pero si supongo algo sobre su condición. Elba murió haciendo Zapping. Y a cerca de esto quiero hablarles. El Zapping.
Permítanme rememorar lo siguiente: años atrás, encendíamos el televisor generalmente por dos razones: la primera, era ver un programa específico que nos gustaba, sea este la novela del mediodía de Silveira y Laport, Sorpresa y Media con Julián Weich el domingo a las 20hs, o Poliladron con “El Chape” y “El nene” Carrizo.
El segundo motivo, creemos, se trataba simplemente del amor a “ver la tele”.
Agarrábamos el control, que plastificábamos “por las dudas” y prendimos la ancha y pesada TV negra, en el canal que esté, y empezábamos a subir (o a bajar) sin un rumbo definido.
Recuerdo que a mi viejo, más conocido como El Ruso, le gustaba mucho hacer zapping. No mirar nada, solamente pasear circularmente por todos los canales que Cablevisión ofrecía. Ida y vuelta, una y otra vez.
Al empezar esta actividad, desconocíamos si en el medio íbamos a encontrar una película justo en la escena del asesinato en TNT, o a los padrinos mágicos en Fox Kids, que nos descubrirían todavía admirados, con nuestro niño contento, amando los dibujitos. Tampoco teníamos premeditado, mirar el Gourmet unas dos horas seguidas, hasta dormirnos, fantaseando con esos ingredientes que escuchábamos por primera vez, como la sal de chancho jamaiquino.
Muchísimo menos suponíamos que pasaríamos media hora, escuchando minuciosamente la voz aguda de una mujer pelirroja, de unos 30 años, enseñándonos a hacer cajas decoradas (que ya sabíamos que nunca ibamos a hacer) en Utilísima Satelital.
Tampoco deliberamos ver documentales en Discovery Chanel sobre los agujeros negros y las supernovas; ni en Animal Planet un informe que nos explica como un león puede cazar a una chita, siendo está 3 veces más rápida que él.
Pero todavía menos imaginábamos estar sufriendo en TyC Sports, por un partido de la "C" entre dos equipos, que ni siquiera con las iniciales lográbamos deducir sus nombres, pero justo dimos en el minuto 35 del segundo, 3 a 2 gana el verde, roja al arquero. Y ni que hablar de las noches volando por el espacio con Emmanuelle en I-sat y otras películas por The Film Zone de madrugada.
Conversábamos:
-Mi amor, y esa peli?
-Ay, no sé, dejala, parece buena.
Resultaba ser El Padrino.
Estos momentos llegaron a su final cuando DirecTv agregó la tecla “Guide” a su control remoto y las demás señales lo siguieron. Nuestro cerebro lógico-racional tomó el mando, y desde entonces, solo saltamos por programas definidos, ciertos. Ya no buceamos -ni siquiera nos acercarnos- a esas señales tenebrosas de nombres feos, de silabas inciertas. Ahora nuestra vida se redujo a los 3 canales de siempre, excepto que se pague el pack porno y sean 6.
Otra cosa que se perdió junto con el zapping, es la decisión emocional y voy a ponerles un pequeño ejemplo al respecto. Recorriendo los canales, encontrábamos en Space; Titanic. Justo la escena donde Jack la enseña a escupir un gargajo a Rose por la borda. Ya no era solamente saliva lo que expulsaba, sino moco bolificado en su garganta (uno de los aprendizajes más relevantes de la adolescencia). En ese preciso momento, ya no podíamos dejar de ver la película. Ya no importaba más nada.
Pero ahora todo cambió. Leo Titanic en la grilla celestita, con letras blancas, y pienso: No boludón, no, ya la viste 7 veces, para que la querés ver 8? Y no siempre, pero a veces logro de forma creativa responderme a esa pregunta, encuentro motivo y siento alegría por lo que dura ese instante, hasta que veo la hora y recapacito: Son las 12:18, la película recién va por el minuto 44’, quedan todavía 2 horas y pico. Me voy a dormir a cualquier hora, mañana voy a ir a trabajar cansado. Ya está. Y seguro de lo decidido, pero triste, paso por alto ver por 8va vez una de las mejores películas de la historia.
Y sigo recorriendo la grilla, los nombres, y me topo con un Sportcenter empezado, hace 45 minutos, y deduzco: seguro las noticias de River, del Barcelona, de Icardi, ya pasaron. Deben ir por la liga Colombiana. Dejá, no lo pongas. Apago la tele, y me voy a dormir.
Siguiendo con la cronología, poco tiempo después del "Guide", llegó el HD a nuestras pantallas. No sé ustedes, pero yo directamente los canales sin esta tecnología los excluyo, suprimo por completo su existencia. Cómo darle institución a algo tan pixelado, tan de otra época? No es apropósito, pero los discrimino. Es como si hubiera olvidado por completo los muchos años mirando en la Noblex 14 pulgadas gris, que me había regalado mi abuela Luisa, en mi pequeña piecita de la Avenida Corrientes.
También me pregunto, sin querer la respuesta, qué será de la vida de los canales de música, de MTV y Muchmusic. Seguirán existiendo? Alguien los mirará todavía? Seguirán pasando uno tras otro los videoclips de Babasónicos? Y melancólicamente, sigo.
Sin la existencia del zapping, hay programas que no tendrían sentido. Por ejemplo, Tom y Jerry.
Nadie, en todas sus sanas facultades mentales, en la historia Argentina, le dijo a otra persona:
-Disculpá, ahora no puedo, estoy viendo Tom y Jerry. Bancame a que termine el capítulo y voy.
Lo mismo con Los Simpson. Pocas veces he visto capítulos completos, pero por este extraño fenómeno puedo repetir diálogos con facilidad, traer ejemplos hasta que concluyan eternas conversaciones. Y la lista sigue: La Pantera Rosa, El Laboratorio de Dexter, Johnny Bravo y así podría estar horas.
Son programas propios del Zapping. Muy buenos, sí, pero constituidos solamente en este arte. Me permito creer que hoy, caerían en el limbo de la soledad, en la desidia, en el olvido...
Hoy la grilla de los canales está siendo reemplazada por contenidos a demanda, por Netflix, y la historia se repite, como un dejavoo, pero a mayor velocidad. Le voy a dejar a mi hijo, para cuando tenga 17 años, la tarea de continuar estos escritos.
Hoy solamente puedo pensar en Elba. Si eso mismo, le hubiera pasado el 19 de junio del 2016. No podemos saber si estaría viva, pero de lo que estamos seguros, es que en Munro, en su Smart Tv se estaría reproduciendo la 4ta temporada de Breaking Bad.

Lo que me gusta no es viajar, sino quién soy cuando viajo.

Una vez escuche una frase que decía: “Lo que me gusta no es viajar, sino quien soy cuando viajo”. No puedo sentirme más identificado. Lo primero que yo hago al viajar, es ponerme algún nombre propio, representativo del lugar. Ahora por ejemplo, estoy en Brasil, y me llamo Rodrigao, soy surfer y tengo 26 años. En Francia, son Valjan, un ex guerrillero comunista de 40, en España Anchón, vasco desempleado, 32, soltero. En Inglaterra soy Fred, un publicista recién separado. Y así voy armando una identidad en cada país que visito. Pero este cambio de nombre no viene solo. Principalmente es acompañado por la sobre-activación de todos mis sentidos. Por ejemplo, mis ojos, se vuelven dos esferozas cámaras HD que guardan cada momento, casi sin perderse ni un detalle. Le digo a mi novia, Melina, que es argentina:
-Mirá mi amor, mira esa estatua, que increíble! Y ese banquito de plaza de madera! Por favor, no te lo pierdas, mira ese callejón iluminado, ese localcito, lleno de cosas originales, esto sí que es maravilloso!
Por un instante siento que puedo distinguirlo todo. Cada terminación, cada simbolismo, cada pormenor.
Pero no solo mis ojos se agudizan. También mi olfato lo hace.
-Olé mi amor, sentí este olorcito a naturaleza, a salvia, a primavera, a planta fresca, a aloe vera.
De repente sin darme cuenta me vuelvo un catador de aire extranjero, como aquellos narices que las empresas de perfume contratan. Sería el mejor de ellos.
-Sentí gordita, sentí el viento del sudeste, como nos roza la erizada piel; escucha, escuchá las profundas olas cargadas de arena!
Puedo reconocerlo. Definitivamente me volví un intelectual contemporáneo que encontró el sentido de la vida.
Al poco tiempo, no tarda mucho en llegar, empieza la comparativa con Buenos Aires. 
-Esto en Argentina no pasa. Allá el viento es diferente, el olor a frito, la ciudad, las fábricas, la horrenda y maleducada gente.
Este es el mecanismo: Empezamos a enaltecer al lugar visitado y a defenestrar a nuestra Argentina. Valoramos la Venus de Milo, una estatua sin brazos que fue robada, glorificamos a la Gioconda, con viejas reflexiones repetidas, alabamos Las Meninas, El Guernica, La Última Cena.
Ya para esta altura, nos volvimos críticos de arte nivel 4, VIPS en los museos, cuando nunca nos detuvimos a observar la estatua del Negro Olmedo en Corrientes y Uruguay, y muchísimo menos, en la re putísima vida pisamos el Malba.
Otra de las cosas que pasan cuando viajamos, tiene que ver con la sociabilización, y para explicarles esto voy a contarles una pequeña anécdota. Eran las 09:00hs de la mañana de un jueves, saludamos a Aixa, una mujer de 32 años, con dos hijos, que cambia los blancos del hostal, y de repente estamos sentados en el lobby, conversando con 12 desconocidos en un idioma que ni siquiera comprendemos, pero igual lo hacemos elocuentemente. En ese momento me invade el recuerdo de un señor, con el que viajo día por medio en el ascensor de la oficina, en donde nunca, pero nunca, tuvimos la más puta idea de que decirnos.
Pero cuando viajamos esos problemas no existen: no nos duele nada, comemos de todo, caminamos a todas partes, las ideas fluyen, no peleamos, miramos el cielo, las estrellas y la luna, que de por sí hoy está grande y llena.
-Dale mi amor, dale, que estás esperando? Sacale una foto al satélite y subila ya mismo a Twitter, a Facebook, a Instagram. En 10 minutos ya es noticia vieja. Está demostrado por estudios de gente al pedo, que cuando viajamos, activamos nuestras redes sociales un 300% más de lo que siempre.
Pero lo lindo de viajar no es todo esto. Cuando estamos en tierra ajena, nadie nos conoce, no hay expectativas puestas en nosotros. Lo único que se espera, es que saquemos el mate y nos pongamos a conversar; que hagamos algún comentario de Messi o Maradona, pero no mucho más que eso. Algún especialista rompebolas, quiere que le demos de probar una cucharadita de dulce de leche que trajimos escondido en la valija, pero ahí termina todo.
Es entonces que me pregunto: será todo esto realmente lo que hace diferente a un lugar de otro, o somos nosotros, que a salir de los límites fronterizos nos volvemos una especie de seres extraterrestres, hiper-sensitivos, inteligentes, interesantes, reflexivos de la vida, voladores, imaginarios, sociables, creativos, escritores, filósofos, personas que usan palabras tales como estándares, calidad de vida, brain storming.
Por eso insisto, lo que me gusta no es viajar, sino quien soy cuando viajo. 
Algunos días reflexiono, qué pasaría si esa misma pregunta, me la hiciera un Lunes de Mayo en Buenos Aires, viajando a Sarmiento y Callao.

El Ruso.

Dicen del ruso que se lo vio muy acaramelado con su perrita Magui, una caniche toy color cremita, a pocos mts del Disco de la calle Gascón. También cuentan que a veces lo descubren en algún baño, apoyado sobre su cabeza, no se sabe bien haciendo qué. Otras, alguien lo divisa estacionado en una YPF, durmiendo en su Peugeot 308 gris, a las 2 de la tarde, en la Avenida Álvarez Thomas. También se sospecha que tiene problemas con su cabello: es marmolado, no le queda mucho, y suele estar bastante despeinado. No se sabe si es por esto o por sus ideas alocadas, pero en algunos barrios lo confunden con un científico loco. 
Los vecinos indican que a pesar de ser sociable y elocuente, la relación está complicada por ruidos molestos provocados por un instrumento de viento. Julio, el portero del edificio, que tiene 56 años y 4 hijos, no sabe bien de que se trata pero sospecha que no es la típica flauta dulce. 
En su restaurante de cabecera, Los Floristas, está Roque, un músico frustrado que terminó como encargado del bar, y nos menciona que el ruso no come platos fríos. Al respecto se rumorea que alguna vez ha revoleado con repulsión una ensalada de atún y otros innombrables. 
Si se quiere encontrar al ruso una posibilidad es ahondar en los sabidos datos que lo vuelven un Argento en serio. No es el asado, ni el mate, ni el fútbol, ni el dulce de leche (aunque alguna vez se lo supo agregándole La Serenísima estilo Colonial al espeso flan de Prosciutto, un restaurante de Monserrat). No, definitivamente esta información no nos ayuda. Lo que al ruso lo estigmatiza en el prototipo de Argento cincuentón, es el Tango. Quienes saben, desde hace años que pueden encontrarlo vagando por diferentes milongas hasta altas horas de la madrugada. Aunque no es virtuoso en esta disciplina, dicen que su principal conquista fue Gabriela, una mujer de unos 50 años, muy parecida a Graciela Bórges y a Lucía Galán de joven, con quien frecuenta.
En el barrio se sabe que el ruso, fanático de las golo golo, no es de tener gran cantidad de amigos íntimos. Se le conoce a Ruben, un muchacho bajito, de parecida edad, que recientemente ha tenido gemelos; y a un contador panzón del cual desconocemos su nombre, pero sabemos que su apodo tiene una terminación propia del idioma portugués. 
Alguien que le pudo husmear su Iphone por un instante, cuenta que encontró en sus registros del día Martes 14 de Junio, 18 llamados (entre entrantes y salientes) con un tal Marchongo; 7 con alguien denominado Papocho; y otras 6 llamadas a España. Tras estudiar esta información, descubrimos que Marchongo es en realidad Marcelo, su hermano empresario desde hace 52 años. Sabemos que “Papocho” es su hijo motoquero y que vive en la Paternal. De lo que no podemos cerciorarnos -debido a la distancia- es de las llamadas a España. Hasta ahora la hipótesis que manejamos es que se trata de su hija, de 24 años, casada.
Otra información de valor, proviene de algún anónimo que tuvo acceso a su desordenada biblioteca. Se han visto títulos desde "El Arte de la Guerra" hasta "Cómo aprender a hablar en público" volumen 2. En el medio otras 60 obras, de las cuales 57 eran de autoayuda, y las otras 3 de confusa categorización.
Gracias a esta superficial investigación podemos describir al ruso como familiero, loco, autoayuda, golo golo, tanguero y pasional.
Y no, no estamos hablando del ruso Sofovich, estamos hablando de Osvaldo, el ruso de Almagro.